El futuro de Unión del Pueblo Navarro

El autor del siguiente artículo, el ex parlamentario foral de Izquierda Unida Miguel Izu, ha buceado en los datos de respaldo popular en las urnas de diferentes partidos regionalistas. Algunos son fruto de escisiones de la UCD, otros salidos del PP. Comparando las trayectorias, llega a la conclusión de que lo ocurrido hasta ahora con UPN es una excepción en la regla, y aventura un posible escenario ahora que los regionalistas navarros concurren a las elecciones sin la compañía del Partido Popular.

Un artículo de MIGUEL IZU
Viéndolo desde la barrera


En las próximas elecciones de mayo de 2011 todos los partidos se juegan mucho, pero para UPN son una cita muy especial dado que es la primera vez desde 1987 en que después de su ruptura se presentará sin la compañía del PP. La jugada de Miguel Sanz de romper la alianza que mantenían desde 1990 es arriesgada dado que UPN vuelve a ser, como en sus orígenes, un partido regionalista que ocupa una posición de bisagra entre los dos grandes partidos nacionales/estatales (táchese lo que no interese) y que compite electoralmente de forma directa con ambos. Y digo arriesgada porque la historia electoral de este país nos indica que los partidos regionalistas lo han tenido muy crudo para abrirse camino dado el sistema electoral supuestamente proporcional pero con resabios mayoritarios que favorece principalmente a las dos fuerzas mayores, hasta el punto de que puede hablarse de una cierta maldición que afecta a esos partidos.

Por partidos regionalistas me refiero a los ubicados en el centro-derecha, surgidos muchos de la desmembración de UCD en los primeros años ochenta y otros posteriormente por escisiones del PP, que defienden la autonomía, la personalidad y los intereses de su región o provincia pero sin poner en cuestión la unidad de España y que se encuentran cómodos con el Estado de las autonomías. Estos partidos han existido y existen prácticamente en todas las Comunidades Autónomas aunque son pocos los que han logrado una presencia institucional significativa y duradera.

Habrá quien me pueda decir que la comparación no es posible dadas las peculiaridades forales y no forales de Navarra en general y de UPN en particular. Pienso que la comparación es no sólo procedente sino inevitable. Aparte de los fueros, esa esencia metafísica que pocos sabrían definir y cuyo éxito se debe en parte a eso mismo, en poco se diferencian todos los demás partidos regionalistas de UPN. A falta de rey medieval mayor, sabio, fuerte o noble cuyos centenarios y milenarios celebrar, todos pueden invocar algún conde, marqués o preboste que descabezó los suficientes moros como para ser recordado como padre de la patria.

Sin perjuicio de su vocación europeísta y universal todos esgrimen con orgullo sólidos argumentos sobre la identidad, la personalidad, la secular historia, la cultura, la tradición y la idiosincrasia de la respectiva región o provincia; todos tienen fundados motivos para esgrimir algún agravio en sus legítimas aspiraciones; todos, sin poner en cuestión la sagrada unidad de España, tienen razones para emprenderla contra el centralismo madrileño, o el de la Comunidad Autónoma que ahoga a la respectiva provincia, contra algún nacionalismo vecino, o contra la incomprensión del prójimo en general ante sus innegables derechos. Todos son, faltaría más, constitucionalistas y demócratas, creen en el progreso de su región y en que la defensa de sus intereses exige inexcusablemente la existencia de una formación regionalista que pare los pies a los grandes partidos nacionales.

Analizando los principales partidos regionalistas y su trayectoria electoral (véanse gráficos adjuntos, donde se reflejan los resultados en las respectivas elecciones autonómicas, las que mejor permiten la comparación) se puede concluir que la inmensa mayoría han seguido una historia muy parecida. Unos inicios muy prometedores, en algunos casos espléndidos; en sus primeras comparecencias ante los votantes logran hacerse con una buena tajada de la tarta electoral, situándose a menudo como la tercera fuerza.

Pero la alegría dura poco; bien a las primeras de cambio, o bien después de varias citas con las urnas en las que habían ido creciendo sin desmayo, acaban llegando los varapalos electorales. Los votos menguan, a veces muy rápidamente, a veces en una lenta agonía, pero la curva acaba siempre apuntando hacia abajo.

Muchos partidos regionalistas acaban por desaparecer, absorbidos por otros, escindidos en nuevas formaciones o simplemente esfumándose de la vida pública y dejando de presentarse a las elecciones. Los que salen mejor parados mantienen un voto minoritario y decreciente que les condena a perder capacidad de influencia y de decisión. Después de haber conseguido en sus inicios morder en el espacio electoral de otros partidos se encuentran con que el papel de bisagra entre PP y PSOE es muy duro y que éstos lento pero seguro les van limando apoyos a diestra y siniestra hasta asfixiarlos. Es posible el triunfo en el corto plazo, pero el largo plazo se decanta a favor de las implacables máquinas electorales de los partidos mayores.

Cierto que hay un par de casos que parecen escapar a la norma. Ahí está Coalición Canaria, que sigue encaramada al gobierno autonómico. He de decir que la traigo aquí para que no me puedan reprochar su ausencia, aunque no es exactamente un partido regionalista como los demás objeto de comparación. Si bien parte de sus integrantes proceden originalmente de la voladura de UCD (los que constituyeron el germen inicial de las Agrupaciones Independientes de Canarias), hay otros que provienen de la izquierda; además de constituir una peculiar amalgama que abarca desde la derecha hasta la izquierda, también mezcla fuerzas regionalistas con otras nacionalistas, y desde su constitución como partido unificado en 2005 se define como nacionalista, aunque no independentista.

Añadamos la peculiaridad insular propia del archipiélago; muchas de las fuerzas integradas en Coalición Canaria han tenido tradicionalmente como ámbito una sola isla. Pero, en fin, si se quiere considerarla como partido regionalista, o cuando menos asimilable a nuestros efectos, resulta que tampoco parece escapar a la maldición; después de varias convocatorias electorales de crecimiento sostenido (en parte fruto de la suma de nuevos integrantes a la coalición), en las últimas parece haber cambiado el rumbo y va perdiendo apoyos sobre todo en beneficio del PSOE.

El único caso que supone una verdadera excepción, un ejemplo de éxito donde los demás fracasaron, es el Partido Regionalista de Cantabria. No sólo sigue una sostenida trayectoria ascendente sino que ostenta la presidencia del ejecutivo autonómico, una hazaña difícil de obtener para cualquier partido regionalista. Igualmente excepcional resulta su líder, al que probablemente se debe buena parte de la culpa, el popular y populista Miguel Ángel Revilla, conocido por viajar en taxi, regalar anchoas y participar en todo tipo de programas de radio y televisión. Algo tendrá que ver también en esta situación las peculiaridades de la política de Cantabria, la única comunidad donde un presidente (Juan Hormaechea) fue derribado mediante moción de censura, para ser después reelegido y tener que dimitir al ser condenado por corrupción, aunque no llegó a ingresar en la cárcel gracias a un oportuno indulto (sí, hubo otro presidente autonómico que sí ingresó en la cárcel, pero del que no quiero acordarme aquí). Por cierto, Hormaechea fundó su propio partido regionalista, Unión para el Progreso de Cantabria, que siguió fielmente las pautas antes explicadas con la peculiaridad de que ha sido el que mayor éxito electoral ha alcanzado en su estreno y el que más rápidamente ha caído.

En fin, que a partir de ahora que UPN vuelve a jugar como partido regionalista puro, dejando de constituir la muy particular excepción de haber absorbido en su seno al PP, y que va a competir tanto con el PSOE como con el PP, se verá si es víctima de la maldición que aqueja a los partidos regionalistas y entra en una rápida o lenta decadencia, o si logra zafarse del mal de ojo y sigue la feliz estela del Partido Regionalista de Cantabria. Desde luego, con la crisis económica y social que nos aqueja no parece este el mejor momento para ser amigo de ZP si se quieren disputar los votos del PP. Que algún momento de vértigo al respecto han debido sufrir sus dirigentes se desprende de esa ¿desesperada? oferta de colaboración (electoral, dijeron unos, genérica, dijeron otros) que hicieron a Unión, Progreso y Democracia, el único partido confesadamente antiforalista (algo tan delirante como una coalición PP-ERC). Veremos.

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