A las 8 de la mañana, hay caras de sueño, búsquedas en los carteles informativos y papeletas ordenadas. 15 blancas, municipales, y once sepia, para las Juntas Generales.
Representantes de la Administración se mezclan con apoderados e interventores de los partidos que se reparten documentación y acreditaciones. Y los miembros de las mesas buscan el aula donde tienen que constituirse como tales. Algunos acuden como suplentes, y poco después se marchan, con sonrisas de alivio.
“He madrugado y se me hará largo el domingo”, dice un hombre. Otros no tienen tanta suerte, y los suplentes se convierten en titulares por la ausencia de quienes le precedían.
Apoderados e interventores vigilan que todo esté en orden y recogen las copias de las actas de constitución de mesa. Mientras, comentan
algunas anécdotas, como
la presencia de un vocal en una de las mesas con una chapa del movimiento 15M. Surgen dudas: ¿es una reivindicación?
“Le pedimos que se la quite”, sugiere uno.
“No pone No les votes, así que no es ninguna incitación al voto”. Al final, no hay discusión, y la chapa se queda en la solapa del joven.
En el pasillo,
una mujer casi octogenaria, con su acreditación, se sienta en un banco. “Ésta es de las veteranas, lleva viniendo desde la Transición”, dice una apoderada de su partido. Pronto llevan un termo con café para ellos. Algo después, militantes de otro partido acercan al colegio unas bolsas con algún tentempié para los suyos.
“Ahí, ahí, que se os vea la acreditación, que si no éstos se mueven como si fuera su cortijo”, ríe uno de ellos, ante la preeminencia de representantes de otra formación.
La movilización
A las 9, comienzan las votaciones.
Los interventores se colocan junto a las mesas electorales, tomando datos igual que los miembros de la mesa. “Vota”. Revisan los números en su censo, van contabilizando cuántos electores pasan. A cada hora, alguien pregunta cuántos han votado y saca el correspondiente porcentaje. Del ocho se pasa al 21, y del 21 al 38.
“Mucha gente, está viniendo mucha gente”, dicen. Algunos apoderados, mientras pululan por los pasillos, hacen sus elucubraciones de a dónde irá toda esa movilización. La participación hace optimistas o expectantes, según toque, a quienes deambulan por el colegio electoral. Y se comenta que no hace demasiado malo, ni tampoco bueno; que llueve, pero no demasiado; que quizá es el mejor tiempo para animar a votar.
Politología peripatética hecha alrededor de un patio de colegio.
En el transcurso de la mañana, los votantes se acercan a los representantes de los partidos, a preguntar si saben dónde está la mesa 6, si tienen que ir
“a donde el año pasado” o cuándo es la mejor hora para venir
“con mi madre, que va en silla de ruedas. ¿Cuándo hay menos gente?” Algunos se acercan al de una formación como podrían acercarse al de otra. Pero hay quienes, según la tarjeta que lleven, mira con recelo a los apoderados e interventores. Las acreditaciones cuelgan de cintas del color corporativo. Y los apoderados cuidan el detalle: si alguien quita la goma que
sujeta las papeletas de su partido, el del otro quita la goma del fajo de sus papeletas o vuelve a colocarle la goma al del otro.
“Que no parezca que la gente ha cogido sólo de un montón”. Todo está medido y calculado.
No faltan las anécdotas. Un hombre pregunta a un apoderado dónde está la mesa “U”, que no es sino la denominación abreviada de una mesa “única”, sin división por letras en A y B. Otra joven cuestiona si es que faltan papeletas, ya que no encuentra entre las de candidaturas al Ayuntamiento la que ha cogido para Juntas Generales. Le explican que no todos los partidos se presentan a las dos instituciones. A veces, se rompe algo la rutina cuando aparecen unos cuantos periodistas porque llega a votar un político de primera línea; o cuando un joven intenta votar con el ENA, el carnet de identidad vasco, y el presidente de la Mesa no se lo permite.
“Dice que otras veces ha votado con él y le han dejado, pero esta vez no. Votará con el DNI y pondrá abajo una reclamación”, dice una de las representantes de la administración pública.
Los apoderados de formaciones distintas comentan la jugada, con posiciones divergentes pero desde la armonía y la concordia.
Y entre mayores, jóvenes, adultos, adultos con niños, jóvenes acompañando a ancianos y muchos sobres con papeletas ya traídos desde casa, transita arrastrando los pies una anciana, agarrada al que parece su hijo. Se queda mirando la puerta de una de las clases.
“¿Le puedo ayudar en algo?”, pregunta un apoderado.
“No, tranquilo”, responde la mujer:
“simplemente, le estaba enseñando la clase en la que aprendí a leer, hace 70 años”.